Si
eres muy cuidadoso y tienes buen pulso, podrás hacer que
un huevo se quede parado sobre su extremo más ancho.
Te
resultará más fácil si usas el ingrediente
secreto: la sal de mesa.
Haz un montoncito de sal sobre una mesa y para allí el huevo.
Luego, con mucho cuidado, sóplale a la sal para retirarla,
hasta que sólo queden los poquitos granos que en realidad
sostienen al huevo.
Los
granitos de sal no se verán, porque estarán cubiertos
por el huevo, y todos creerán que está en equilibrio,
sin nada que lo sostenga.